miércoles, agosto 30, 2006

Caligrafías 1

Siempre me gustó inventarme caligrafías. Era otra manera de jugar a las máscaras, de recrear nuevas vidas, otras vidas, otras yo. Cada caligrafía tenía una personalidad propia, un personaje. Llegó un momento en el que empezaban a cartearse unas con otras. Caligrafías femeninas y masculinas entrelazaban romances, deseos, dudas. Al pie de las cartas sus respectivas firmas. No era fácil decidir cuál sería la firma adecuada para cada una de ellas. Era una ardua tarea que precisaba de horas, días, cuartillas, sobres abiertos, servilletas... hasta que de pronto aparecía, tomaba cuerpo y me sentía satisfecha con mi obra. También solía imitar firmas conocidas de parientes y amigos. Ensayaba una y otra vez hasta que quedaba perfecta, imposible de distinguir de la auténtica. Era poseer una especie de poder sobre ellos, como si yo en cualquier momento pudiera arrebatarles todo lo suyo, ser su dueño. Luego, la ausencia de práctica fue deteriorando esta habilidad mía. La propia vida se abría paso y no dejaba tiempo para otra cosa que no fuese vivirla, pero mi fascinación por la piel de las palabras sigue intacta.



1 comentario:

Anónimo dijo...

Creo que te gusta el dibujo tanto como las letras.
Yo recuerdo que me encantaba también imitar las firmas. Era como intruducirse en la plantilla de otra persona. Porque no bastaba con que la rúbrica se asemejara, si no que además debía parecer estar hecha con rapidez y soltura.
En mi primer trabajo, mi jefe, un gran dibujante y malogrado pintor, (no por muerte prematura, si no por privilegiar algunos vicios), me sorprendió un día imitando su firma. Una firma escueta y despejada de artista conocedor de su talento. Una firma pictórica, bonita. La cara que puso al ver lo que yo hacía, fué suficiente para no seguir con tal práctica, al menos en público. Sin embargo y sin entrar en detalles, en una ocasión se aprovechó de mi facultad y por supuesto, (ahora lo sé), de mis quince años de ingenuidad en canal.